En la Encrucijada

Datos de interés (o eso espero) sobre el mundo de la campaña que narra las aventuras de los 4 de la Encrucijada

viernes, abril 29, 2005

Frenia, principios de junio de 614

El Secretario del Consejero respiró hondo y volvió a observar al hombre que se sentaba ante su mesa. Le incomodaba no estar seguro de su rango, y temía hablarle de manera inapropiada. En un primer momento, desde luego, no parecía más digno de respeto que cualquier otro de los muchos sacerdotes de los muchos templos dedicados a los muchos dioses que se adoran en Frenia. El símbolo sagrado de Debod, las espadas cruzadas, era lo único que le distinguía de cualquier otro. Sin embargo, el propio Consejero Lydden le había dado instrucciones para autorizar sin demora todas las demandas que hiciera en nombre de su iglesia. Naturalmente, esto ponía muy nervioso al Secretario.
- Si su Señoría tuviera a bien considerarlo, sin duda se convencería de que nuestra petición es ventajosa para la ciudad... y, además, es lo justo - añadió el sacerdote, sabiendo probablemente que la justicia rara vez era un motivo a tener en cuenta en la corte. Y sin embargo, pensó el Secretario, tiene razón. Si los edificios que la iglesia de Debod adquirió en la ciudad comunican con las catacumbas, el culto puede reclamar esa parte de los subterráneos como propiedad suya. Y es natural que quieran sellar esas antiguas entradas. Esos túneles están infestados de alimañas, o al menos eso tiene entendido el Secretario. No se le ocurría ningún motivo para no dar permiso al comienzo de las obras en esa zona de las catacumbas. Entonces, ¿por qué el Consejero Lydden no daba la autorización él mismo, en persona? ¿Por qué insistió tanto en que no se pusiera obstáculo a sus peticiones? ¿Por qué no quería poner su sello en los documentos que había sobre la mesa? Algo había en todo este asunto que no le gustaba nada al secretario de Lydden. Pero sabía que no podía librarse.
- Está bien – dijo finalmente el secretario, barajando papeles – podrán comenzar los trabajos en cuanto se abonen los impuestos correspondientes.
- Perfectamente, su Señoría – respondió al momento el clérigo, haciendo aparecer de entre los pliegues de su túnica una bolsa cuyo tintineo era inconfundible – aquí tiene la cantidad exacta.
Con resignada lentitud, el Secretario firmó y selló la autorización a edificar en el subsuelo de la ciudad de Frenia, bajo la apremiante y satisfecha mirada del sacerdote de Debod. Cuando estuvo hecho, documentos y oro cambiaron de manos, y el clérigo se dispuso a marcharse.
- Gracias una vez más, su Señoría. Permítame transmitirle el más franco agradecimiento de Lady Windemere y la Iglesia de Debod.
- Sólo cumplo con mi deber para con el reino, padre.
El clérigo finalmente acabó por marcharse, y el Secretario se quedó solo en su despacho, con la sensación de haber sido engañado.